
El lenguaje es el sistema de comunicación que nos caracteriza como seres humanos. Pero no solo eso, también es la herramienta fundamental que tenemos para ordenar el pensamiento y darle forma al mundo que conocemos a través de los sentidos. El lenguaje crea realidades; nombrar lo que vemos o sentimos da identidad a las cosas y las organiza entorno a esquemas conceptuales.
Por ejemplo, en inglés la palabra sandwich significa simple y llanamente bocadillo, pero al introducirla en el castellano pasó a denominar un tipo específico de bocadillo que se hace con pan de molde. Esto sucede porque tradicionalmente la forma más habitual del hacer un bocadillo en Inglaterra era con pan de molde inglés, mientras que en España solía ser con pan hogaza o de barra. Con la palabra sandwich, la cultura española se enriqueció introduciendo una idea de bocadillo nueva, que antes no existía en su imaginario y, por lo tanto, no formaba parte de la realidad.
Esto de «crear realidades» puede parecer una mera curiosidad digna de un debate sobre globalización, pero tiene bastante más relevancia. Cuando creamos discursos entorno a colectivos o grupos sociales estamos creando la realidad en la que deben manejarse y crecer esas personas. Hay grupos sociales que se han visto definidos a través de lo negativo con demasiada frecuencia. De las mujeres, por nombrar uno, se ha dicho que somos volubles, débiles, incapaces de liderar, de mantener el control, poco aptas para la ciencia y la tecnología, que pelear o correr como una niña es malo… Las niñas de hoy todavía deben crecer desmontando estereotipos y aprendiendo a quererse tal y como son.
Las personas con diversidad funcional también arrastran una historia muy dura en cuanto a su definición como colectivo. Por suerte, hemos superado términos como idiota, subnormal, lisiado o tullido. ¿Sabía qué en un inicio idiota no era un insulto, sino un término médico? Designaba un grado de discapacidad intelectual. Todos estos términos definen a la persona como incapaz. Primero, la describen desde la falta de capacidad; segundo, la consolidan como inferior a las personas consideradas normales. Es así como todas estas palabras pasan a utilizarse como insultos, porque la idea de discapacidad que hay detrás es un insulto en sí misma.
Hoy la fórmula más extendida par nombrar al colectivo es persona con discapacidad. Este término supone un salto cualitativo importante, porque ahora hablamos, en primer lugar y por encima de todo, de personas. Lo que introduce dos cambios fundamentales en nuestra realidad. Primero, hablamos desde la igualdad y el derecho, donde todas las personas somos merecedoras del mismo reconocimiento. Segundo, reconocemos la existencia tanto de discapacidades como de capacidades dentro de un mismo individuo.
Sin embargo, a pesar de estos avances, al hablar de personas con discapacidad seguimos poniendo el foco en la discapacidad. Es decir, definimos a la persona desde aquello que le falta o que no puede hacer. Lo que hace que me pregunte si realmente llegaremos a darnos cuenta de los aportes que pueden hacer estas personas y a comprenderlas cómo nuestras iguales.
Hay personas que no llegan a sentirse cómodas con este término, les parece que siguen manteniendo cierta visión condescendiente. En este sentido, se está desarrollando el paradigma de la diversidad funcional, que pone el foco en la diferencia, sin juzgarla como buena o mala. Además, todo el mundo es susceptible de tener una diversidad funcional, porque a lo largo de la vida se producen situaciones que pueden cambiar nuestras maneras de hacer o nuestras funciones corporales. Así que, la diversidad funcional es algo más cercano y palpable para la población general de lo que pueda ser la discapacidad. Seguramente sea la terminología más eficaz para construir una realidad positiva entorno al colectivo.
No obstante, todavía nos surgen muchas dudas en cuanto a su uso en determinados contextos. Por ejemplo, ¿tiene sentido hablar de diversidad funcional física o intelectual? ¿Cuál es la normalidad funcional en contraposición a la diversidad? ¿Es efectivo hablar de diversidad funcional en una ley o norma? No olvidemos que la función comunicativa del lenguaje es igual de importante. Necesitamos palabras que describan realidades compartidas, de manera que dos personas en una conversación identifiquen y entiendan el mensaje de la otra.
Tal vez por eso, también hay personas con discapacidad que no acaban de verse identificadas con la diversidad funcional. Construir y cambiar la realidad es una tarea compartida, que requiere tiempo, pasitos, zancadas, pasos hacia atrás y mucho debate. Lo importante es escuchar a las personas directamente afectadas por las palabras que usamos y hacer un esfuerzo por eliminar de nuestro vocabulario esos términos que ya nos han dicho que son inadecuado. Piensa en esto la próxima vez que escuches discapacitado o minusválido (menos válido), palabras que tristemente siguen bastante presentes en nuestro día a día.