
El urbanismo es una de las artes más interesantes de los últimos tiempos. Tiene la obligación, y la razón de ser, de dar forma al espacio para que nos sea útil. Busca que las comunidades vivamos con seguridad e higiene y que podamos realizar las actividades necesarias para la vida de forma ordenada. El medio urbano es seguramente la construcción humana que más condiciona nuestra experiencia vital. Si hablamos de experiencias, hablamos de sentidos; estos son los canales con los que conocemos el mundo y damos valor a lo vivido.
Las ciudades y pueblos son una representación de quienes somos: nuestros intereses, necesidades y, por supuesto, nuestros deseos. Por eso, la idea de ciudad ideal ha ido cambiando con los siglos. Desde finales del siglo XX se cuelan en esta discusión preocupaciones e intereses más vinculados a la vida social que a la mercantil. Como el lugar que se le da a los cuidados o los problemas medioambientales derivados de la excesiva concentración de población urbana. Así, para definir la ciudad ideal, cobra protagonismo el constructo de experiencia. Entendiendo esta como la cualidad de la vivencia más allá de la eficacia o eficiencia en la consecución de un fin. Características como accesible y amigable empiezan a recibir la atención que se merecen.
Jugando con colores, sonidos, olores, dimensiones, texturas y, en general ,con todas las cualidades de objetos y espacios podemos modular las dimensiones de la experiencia humana y conseguir esa ciudad amigable, funcional y accesible.
Por nombrar una, podemos empezar hablando de la sensación térmica, esa dimensión que se modula con la combinación de materiales. Es decir, los materiales tienen diferente resistencia y comportamiento ante el calor. La madera es menos conductora de la temperatura que el metal y puede ser más apropiada para bancos en países cálidos. Igual que el adoquinado de granito poroso, incluso lijado, ayuda a evitar el sobre calentamiento de las calles mejor que el asfalto.
Pero el material que usamos no solo afecta a la temperatura real de un objeto o entorno, sino también a la sensación psicológica que experimentamos a partir de la misma. Procesamos experiencias y sensaciones dando lugar a constructos cognitivos que asocian objetos y formas a sensaciones y emociones complejas. Por ejemplo, es fácil que el marmol o el cristal nos haga pensar en un espacio serio, elegante, formal… y nos predisponga a experimentar frío con más facilidad que otros materiales, como la madera o el yeso.
De la misma manera funciona nuestra relación con otras cualidades de los objetos. Por ejemplo, con los colores. De hecho, en nuestro leguaje cotidiano, es fácil que los cataloguemos en cálidos /fríos, alegres/serios, sobrios/chillones. La sensación psicológica de calor que provoca un banco de metal bajo el Sol durante horas, no será la misma si está pintado de azul cielo o de granate oscuro, aunque su temperatura sea igual en ambos casos.
Podemos encontrar diversos estudios que hablan de la relación entre color y emoción. Aunque esta puede variar según culturas y condiciones personales, podemos describir algunas relaciones bastante universales. Como que los colores chillones o fosforitos suelen provocar excitación, incluso alarma en el caso de tonos rojos y naranjas, los tonos ocres y pasteles se relacionan con calma y tranquilidad, los azules y verdes claros facilitan la concentración, etc. Los colores ayudan a dirigir la actividad de las personas por la ciudad creando espacios que invitan a permanecer y descansar, a transitar o a entrar en algún edificio.
Otra dimensión de la experiencia humana, seguramente de las más importantes, que se hace necesario comentar es la sensación de seguridad, tanto la real como la percibida. Obviamente, hemos de cuidar la seguridad real y evitar superficies deslizantes, falta de barandillas, etc. Pero además, debemos cuidar que la gente perciba el espacio como seguro y se sienta a salvo. Confiar en un espacio y sentirse segura o seguro puede marcar la diferencia entre permanecer y usar un espacio o marcharse y no volver.
Las superficies muy pulidas y brillantes crean reflejos y ruido visual que provoca mayor esfuerzo ocular y cognitivo y mayor dificultad para discriminar objetos visualmente. Si un espacio abusa de acabados brillantes facilita una sensación de pérdida de control y el espacio pude parecernos abrumador.
El cristal es un material muy útil. Al ser transparente nos permite crear espacios comunicados visualmente, con mucha luz y aislar zonas térmica y acústicamente mientras se mantiene esa sensación de espacio abierto. Sin embargo, no es la mejor opción para suelos y barandillas. Hoy en día esta práctica es común y se utilizan cristales preparados y totalmente seguros. Pero aunque exista seguridad real, no sé facilita la percibida, pues asociamos al cristal cualidades como fragilidad e inestabilidad. No es poca la gente que siente vértigos ante un suelo de cristal.
Toda esta percepción del espacio de la que venimos hablando, no solo se produce a través de la vista. Las texturas de los diferentes materiales nos dan mucha información a través del tacto. Os invito a cerrar los ojos y tocar diferentes superficies. Una mampara de cristal uniforme y fría nos da mayor sensación de pérdida y transmite más distancia con el espacio, menos confianza. Sin embargo, una pared con azulejos crea cierta disformidad, nos ofrece un patrón con el que experimentar el transcurrir del espacio; mientras que tablones de madera aportarán un aspecto más cercano y cálido.
La textura y el color son cualidades que bien utilizadas y combinadas pueden hacer mucho por mejorar la orientación en una población. Usando tonos de color con buen contraste y variedad de texturas comunicamos de forma natural donde termina la acera y comienza la calzada, la existencia de esquinas o elementos urbanos (como papeleras o marquesinas), el itinerario principal, etc. Integrando en la estética de la ciudad información tanto visual como táctil.
La atención al sonido ha sido arduamente trabajada en urbanismo y edificación, principalmente desde la intención de evitar exceso de ruido, sobre todo el que pueda ser más desagradable. La contaminación acústica está poniendo en cuestión el diseño de nuestras ciudades y la salubridad de modelos centrados en el predominio del tráfico, del turismo o del ocio nocturno. Ponerlo en cuestión es positivo, porque la presencia de ruido fuerte y continuado afecta no solo a nuestra salud, sino también a nuestra manera de comunicarnos, incluso a la posibilidad o no de comunicarse. El ruido, o sonido ambiente, son estímulos que procesamos de manera inconsciente. Al cabo de un pequeño tiempo dejamos de prestarles atención, pero eso no significa que no sigan ahí y afecten a la calidad de la experiencia.
Una utilidad del sonido es su función como elemento identitario de un espacio. Cada lugar tiene sus sonidos característicos. Así, en un parque podremos oír el piar de los pájaros, las hojas de los árboles movidas por el viento o el sonido a alguna fuente. Si pensamos en una plaza, también escucharemos palomas o concentraciones de pájaros, pero este sonido convivirá con otros como el eco y el retumbar de las pisadas sobre el adoquinado. Mientras que en una avenida el eco de las pisadas será un constante fluir a modo de río y trino de pájaros será mucho más escaso. Un conjunto de sonidos determinado ayuda a identificar qué es un espacio, para qué sirve y qué se espera de nosotros en el mismo.
Todo a nuestro alrededor produce sonido. Las mismas personas que habitamos los lugares los llenamos de vida y sonidos, ofreciendo con ellos mucha información. El ruido de una concentración de gente, por ejemplo, nos indica si vamos hacia un lugar concurrido. Un sonido determinado puede ayudarnos a orientarnos y situarnos en relación con espacios próximos. Por ejemplo, si en el centro de un parque grande colocamos una bonita fuente con cascada, la proximidad del sonido nos indicará si nos dirigimos hacia los extremos del parque o hacia el centro.
En el mismo sentido podemos hablar del olfato y la condición bio-química de los espacios. Las actividades humanas, los diferentes comercios y servicios que encontramos en las poblaciones, todas tienen sus olores característicos: a comida, a goma, a textil… Una persona ciega que recorre una calle comercial podría identificar la mayoría de los comercios por el olor que desprenden. Esta oportunidad que ofrecen lo olores ya está siendo aprovechada por el marketing sensorial. Por ejemplo, grandes cadenas de moda han creado una fragancia propia con la que ambientar sus tiendas e incluir la experiencia sensorial en su noción de marca. Me ha sucedido ya en varias ocasiones escuchar frases como «aquí huele a Zara, Mango…».
Esta práctica es muy interesante y fácilmente extrapolable a espacios de interés público, más allá del marketing. Para ello debemos tener en cuenta la cualidad de los olores y fragancias que usamos. La presencia de olores naturales, como plantas aromáticas, resulta mucho más agradable que los olores químicos fuertes. De hecho, hay personas con hipersensibilidad química para quienes un perfume puede suponer dolor de cabeza o mareos. Nuestro objetivo es conseguir una ciudad accesible, funcional y amigable para todo el mundo; no queremos que estás personas huyan de una biblioteca por la lejía que usa el servicio de limpieza o que tengan que comprar su ropa por internet.
Las ciudades con alta presencia de vegetación y materiales naturales, que ponen conciencia en la elección de productos de limpieza ecológicos y cuidado en la gestión de residuos, son ciudades más amigables para toda la ciudadanía.
Como reflexión final, cabe resaltar que las personas funcionamos como el todo que somos. Somos individuos donde las dimensiones y cualidades que nos atraviesan interactúan de forma particular y única en cada cual. La conciencia del propio cuerpo y del propio movimiento funcionan como pegamento de lo que percibimos a través de los sentidos, dandole al entorno entidad de unidad. Para nuestro cerebro, la experiencia de la visita a un espacio tendrá nombre de confortabilidad, estética y escala. Es decir, cuando queremos contar a otra persona cómo lo pasamos en un lugar determinado, recordaremos cuestiones como si hacía frío o calor, si tuvimos que estar demasiado tiempo de pie, si era bonito, si nos emocionó o sentimos que estábamos ante «algo grande»…
Todas las personas vivimos experiencias en estos términos, sean cuales sean nuestras condiciones particulares. Una experiencia no se define a través de los ojos y oídos, de que pueda subir y apreciar unas escaleras determinadas o sea capaz de recordar puntos clave en una gran avenida. La noción de estética, confortabilidad y escala de un lugar serán definidas por cada persona según sus capacidades y condiciones. Por eso, cuando falta accesibilidad estamos dejando a las personas con diversidad funcional abandonadas, sin la posibilidad de crear experiencias. Sin embargo, cuando una ciudad es accesible cada cual la vivencia según su cuerpo, su cognición, su forma de ser y de manejarse; tengas o no diversidad funcional. La accesibilidad es una gran aliada convertir nuestras ciudades en lugares más amigables, versátiles y agradables para todo el mundo.